Una breve historia sobre la higiene de las manos:
Después de cada festividad, como la Navidad, el día de muertos, entre
otras varias, al finalizar nos tocará recoger, guardar adornos y limpiar la
casa para que todo vuelva a la normalidad. Pero ¿por qué limpiamos?, ¿qué nos lleva a
hacerlo? En primer lugar, hemos aprendido que para que los insectos, e
infecciones no nos colonicen tenemos que mantener limpio nuestro entorno y a
nosotros mismos, además nuestra salud mental también requiere una vivienda o
lugar de trabajo ordenado y limpio y un cuerpo aseado, de hecho,
cuando cualquier perturbación mental se presenta en la persona, lo primero
que lo acusa es precisamente la limpieza.
Se sabe que El año 1348 marca el inicio de una etapa
crítica en la Europa de la Edad Media. Fue un siglo que fue
testigo de una de las epidemias más famosas de la historia: la Peste Negra. Aunque esto no quita que
antes y después de esta fecha no hubieran existido pestes generalizadas.
Las hubo, y terriblemente virulentas.
Es
evidente que en siglo XVI la
enfermedad no se combatía con higiene; o para ser más exactos: la idea que se
tenía sobre lo higiénico era radicalmente diferente a la que la mayoría de
nosotros compartimos en la actualidad. Esto lo podemos ver resumido en el
siguiente texto escrito en 1568 y de gran vigencia en la
época:
“Conviene
prohibir los baños, porque, al salir de ellos la carne y el cuerpo son más blandos
y los poros están abiertos, por lo que el vapor apestado puede entrar
rápidamente hacia en interior del cuerpo y provocar una muerte súbita, lo que
ha ocurrido en diferentes ocasiones…” A.
Paré, Oeuvres, París, 1568.
El agua y el baño, enmarcados en épocas de epidemias, elaboraron así una
imagen del cuerpo abierto a los venenos infecciosos de la peste, sin la cual no
podemos entender el proceso histórico de la idea de limpieza,
ni comprender el motivo por el cual el rey de Francia, Luis
XIII, tardó siete años de su vida antes de arriesgarse a sumergirse
en su real bañera.
Por otra parte, ciertas ideas que eran colectivamente compartidas hacían
posible eludir el agua, que tanto temor despertaba. Burgueses y
aristócratas estaban convencidos de que la ropa blanca (la
ropa interior) “limpiaba “, puesto que impregnaba la mugre a
modo de esponja. Por lo tanto, al cambiarse de ropa el cuerpo se “purificaba
“, simbolizando ese acto la limpieza interna (sin la necesidad de acudir al
inquietante elemento líquido).
Hacia
mediados del siglo XVIII, se empieza a notar un cambio de actitud
hacia el baño. Empiezan a aparecer habitaciones específicas para el aseo
corporal (el cuarto de baño) y empieza a aumentar el número de bañeras. Será el
siglo XIX quien asocie el vocablo nuevo de “higiene”
con el de “salud”. Y contrariamente a lo que se ha creído por
siglos, el agua y el baño empiezan a promocionarse como defensas contra el
contagio de enfermedades. Sucede que ahora se conocen —y se
ven— a los responsables directos de esos padecimientos. Hay que
combatir “monstruos invisibles “: los microbios. Por
lo tanto, la limpieza comienza a actuar contra esos agentes, protegiendo al ser
humano.
Con
el tiempo comenzaron a surgir las piletas públicas a muy bajo precio, los baños
públicos y un elemento hoy muy conocido: la ducha, sin el que no podríamos
vivir hoy en día.
Esto
nos habla de la importancia que tomó el hecho de la ducha como un hábito de
limpieza, sin embargo, ¿por qué hay que enfatizar la limpieza de las manos?
Las
manos son nuestra herramienta más poderosa. A lo
largo de un día normal, nuestras manos entran en contacto con una gran variedad
de superficies, las cuales no siempre estarán en las mejores condiciones
asépticas, comprometiendo nuestra salud.
En menos de un
minuto, un lavado de manos eficiente puede contribuir de forma significativa a
reducir el riesgo de enfermedades respiratorias, gastrointestinales y a romper
el ciclo de transmisión de virus como la influenza.
En la primera mitad del siglo XIX, el médico Ignaz Philipp Semmelweis
introdujo el lavado de manos para los médicos antes y después de atender a los
pacientes en la primera clínica ginecológica de Viena, luego de dar cuenta de
la existencia de una “materia cadavérica” que era transportada por las manos de
médicos y estudiantes de los cadáveres a las madres que atendían en trabajo de
parto .
Hoy en día,
sabemos que lo que Semmelweis llamó “materia cadavérica” no eran otra cosa que
patógenos que pasaban de las manos del personal de salud al paciente,
ocasionando diversas enfermedades.
Como se ha
hecho desde 2008, el 15 de octubre se conmemora el Día mundial del lavado de
manos, abriendo la ocasión perfecta para promover una cultura de este sencillo
hábito que además de rápido y económico, trae consigo grandes beneficios a la
salud.
Por ejemplo,
cuando lavamos nuestras manos luego de ir al baño o de cambiar a un bebé,
eliminamos la mayor fuente de patógenos causantes de enfermedades diarreicas,
ya que en solo un gramo de heces humanas puede haber cerca de 10 millones de
virus y bacterias.
El lavado de
manos con agua y jabón es también una práctica fundamental en la atención
médica. A través del programa para la Seguridad del Paciente, la Organización
Mundial de la Salud (OMS) lanzó en mayo de 2009 la campaña Salve vidas:
límpiese las manos, a fin de incrementar la consciencia alrededor del mundo
sobre la importancia de la higiene de manos para reducir las infecciones
asociadas a la atención sanitaria.
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